Se hace camino al andar | Servicio Meteorologico Nacional.

Se hace camino al andar

Antes de subirnos a un tren o un auto, verificamos que tengamos todo lo necesario para emprender el viaje. Quien está al volante, sea cual sea el medio de transporte, no puede dejar nunca de lado a un acompañante que puede traer más de un dolor de cabeza: la meteorología.

Autor: Valentina Rabanal



Antes que los aviones vinieron los barcos. Pero antes de que la humanidad aprendiera a surcar las aguas, se contaba con una única forma de transporte: caminar. Ya sea para trasladar mercancías o migrar entre temporadas, los pies permitieron que nuestros antepasados se desplazaran hacia nuevos destinos.

Con el correr del tiempo, el instinto de supervivencia y la capacidad de invención llevaron a la domesticación de animales como caballos, burros o camellos y la creación de caminos en lugares impensados por donde se pudiera circular con grandes cargas sobre sus lomos. A esto le siguió la rueda, uno de los inventos más importantes de la historia, que empezó a utilizarse con fines de transporte hace más de 6 milenios.

Ya sea caminando, en carreta o, más recientemente, a bordo de un automóvil, el transporte terrestre sigue pisando fuerte en todo el mundo. Desde el desierto del Gobi hasta la Antártida, pasando por el bosque de Secuoyas, la sabana africana y el altiplano andino, el ser humano ha buscado la manera de atravesar todo territorio que tuvo por delante.

Pero a la geografía de cada lugar se le suma el clima, que impacta, en menor o mayor medida, en cómo se transita por las diversas regiones de nuestro planeta. Así como todas las mañanas queremos saber cómo va a estar el tiempo para ver cuánto nos abrigamos, quienes están a cargo de un medio de transporte terrestre necesitan contar con información sobre las variables meteorológicas para planificar su ruta.

A diferencia de sus contrapartes marítima y aérea, el traslado de bienes y personas por tierra implica múltiples sistema de transporte: sobre un animal, bicicleta, automóvil, camión o tren. Cada uno de ellos requiere condiciones distintas y no todos los relieves se adaptan de igual manera (algunos son estructuralmente inviables). La temperatura, el viento, la precipitación y cualquier fenómeno asociado a las condiciones atmosféricas afectan el transporte terrestre en todo el mundo. A continuación, una muestra del protagonismo que pueden llegar a tener.

Los cambios en el termómetro

A la hora de planear una nueva ruta o repavimentar una existente, la variable meteorológica clave es la temperatura. Además del impacto en la salud humana, las olas de calor afectan no solo a los vehículos, sino también los caminos por los que se mueven y los rieles de los trenes. Un ejemplo reciente se dio a fines de junio de 2021 en el noroeste de Estados Unidos, donde la persistencia de altas temperaturas rompió más de una ruta o autopista, dejando inmensos cráteres y deformaciones peligrosas.

Pero, ¿por qué ocurrió? Tanto el concreto como el asfalto pueden soportar grandes cargas, pero su sensibilidad a la temperatura es distinta. Es por eso que el uso de cada uno depende de las condiciones climáticas de la zona. En el caso del concreto, los cambios extremos en el termómetro pueden contraer (frente al frío) o expandir (con el calor) los bloques, moviéndolos de su ubicación original. Por otra parte, el asfalto es un material viscoelástico que se vuelve más fluido con el aumento de la temperatura y, al igual que la plastilina, se deforma bajo la presión de los autos que transitan sobre él.

Los metales son extremadamente sensibles a los cambios en la temperatura. Durante el verano, los trenes suelen moverse más lento debido a que los rieles se expanden o hasta se doblan por el calor, lo que impacta en la seguridad ferroviaria. En general, en un día soleado los rieles tienen una temperatura 20 °C mayor a la del aire, por lo que incluso un día con 26 °C ya puede traer acarreados problemas en los trenes.

El otro extremo del termómetro también genera inconvenientes en el transporte. Las bajas temperaturas suelen venir acompañadas de otros actores como el hielo, la escarcha o incluso la nieve. Cada uno de estos implica una dificultad distinta y, por si fuera poco, es frecuente encontrarlos juntos, por lo que su monitoreo es imprescindible. Una de las prácticas más utilizadas para combatirlos es el uso de sal sobre las rutas. ¿El motivo? El soluto (sal), junto con el agua, forman una disolución que tiene la propiedad de congelarse a una temperatura menor a 0 °C. Esto hace que, para encontrar hielo, sea necesario que el termómetro baje aún más.

Aunque la sal sigue utilizándose en muchas partes del mundo, es innegable el impacto que tiene en los hábitats circundantes a las rutas. Con el fin de preservar tanto la seguridad al volante como la flora y fauna del lugar, se están comenzando a explorar alternativas, como la arena.

Sin embargo, el menú de soluciones posibles no va mucho más allá de eso. Y, en general, las rutas son cerradas con frecuencia durante la temporada invernal en las zonas de cordillera y provincias patagónicas, principalmente por las tardes y noches, donde la temperatura desciende.

Cuando precipita más de lo normal

Más de una vez, la lluvia nos encontró en pleno viaje y fue necesario ajustar la conducta al volante para seguir sin mayores inconvenientes. Diversas investigaciones colocan a la lluvia como el parámetro meteorológico responsable de la mayor cantidad de accidentes y los efectos que puede tener en la seguridad vial están en continuo estudio.

Durante un día seco (sin precipitación) el contacto de los neumáticos con el pavimento tiene un determinado coeficiente de rozamiento, es decir el nivel de adherencia que existe entre ambos. La presencia de agua sobre la ruta provoca una pérdida en la capacidad de agarre de los neumáticos y la posibilidad de que el vehículo comience a patinar.

Las intensas precipitaciones pueden llevar, a su vez, a otras complicaciones en el tránsito. Ya sea por el desborde de ríos o anegamiento del suelo, el exceso de agua en rutas y calles implica al menos un cierre temporal de las mismas. Si los caminos se encuentran cerca de cerros o montañas, hay un riesgo adicional: los deslizamientos. Estos se dan cuando el suelo llega a su máxima capacidad de agua (saturación) y parte de la pendiente logra desprenderse y moverse ladera abajo. Son múltiples las causas que contribuyen a que esto ocurra, como el cambio del uso de la tierra o las construcciones en zonas de vegetación virgen, lo que impacta en el tipo de suelo presente.

Aunque la lluvia (en todos sus tamaños) es el tipo de precipitación más famosa, la nieve cobra protagonismo durante los meses invernales en gran parte del globo. El agua en estado sólido también reduce la adhesión a las superficies, lo que impide el tránsito en zonas de gran pendiente, principalmente para camiones y otros transportes pesados.

En enero de 2021, una tormenta de nieve sorprendió a la provincia de Mendoza en pleno verano. El mal tiempo en la alta montaña y la intensa nevada llevaron al cierre de varios pasos entre Argentina y Chile, como el Cristo Redentor. A esta situación se le sumó el desprendimiento de roca y barro en algunos caminos, lo que complicó aún más la reapertura de los cruces. Debido a las condiciones meteorológicas, y a pesar del trabajo de la delegación mendocina de vialidad, más de 700 camiones quedaron varados en la frontera sin poder seguir viaje.

La precipitación, ya sea en forma de lluvia o nieve, muchas veces es escoltada por la niebla, uno de los mayores enemigos a la hora de emprender un viaje por ruta. Estas pequeñas gotas en suspensión reducen considerablemente la visibilidad y quien esté al volante debe aumentar la concentración y agudizar la vista mientras dure este fenómeno.

Más que una brisa

Muchas veces somos testigos de fuertes vientos que derriban árboles y postes de luz e incluso destruyen techos y ventanas. Los impactos están a la vista, aunque su responsable se presente sigiloso a través de un cambio en el anemómetro y con ráfagas mayores a los 100 km/h. Pero mientras que el viento es un gran aliado para la navegación y el transporte marítimo, suele ser un contrincante difícil de evadir cuando se circula por tierra, ya sea en rutas, rieles o puentes.

Abundan los ejemplos del rol que puede llegar a tener en cualquier medio de transporte terrestre, pero quizás el más icónico fue el puente de Tacoma (Estados Unidos). Construido entre 1938 y 1940, al momento de su inauguración era el tercer puente colgante más largo del mundo y cruzaba el estrecho que le dio nombre, ubicado en el estado de Washington. Ya desde su armado se volvió popular por moverse verticalmente los días de viento y las múltiples estrategias para controlar las oscilaciones de la estructura fueron ineficientes. Incluso con el diario del lunes, el puente fue inaugurado a mediados de 1940 y, cuatro meses más tarde, se derrumbó frente a un viento de 60 km/h.

El puente de Tacoma es un caso extremo y en el que convergieron varios desafíos y problemas de la época. Pero hoy, 70 años después, el viento sigue siendo una preocupación constante no solo para quienes emprenden la ruta, sino también para los que la construyen. Las altas velocidades que alcanzan los nuevos motores y los materiales cada vez más livianos contribuyen a que todo vehículo sobre ruedas sea sensible al viento.

Cualquier cosa mayor a una brisa puede desestabilizar los vehículos, principalmente los de mayor altura como camiones y colectivos a los que, si su carga no es muy pesada, incluso llega a darlos vuelta. Y si se tiene en cuenta que las ráfagas pueden noquear árboles o mover elementos que se encuentren cerca del camino, el peligro es mayor.

Inevitablemente la meteorología, en todas sus variantes, nos acompaña en cada viaje que emprendemos, sin importar la distancia que recorramos ni la región en la que nos encontremos. Para que sea lo más ameno posible y evitar cualquier inconveniente, no hay que olvidar: documentos, billetera… y chequear el pronóstico del tiempo para ver qué nos depara en la ruta.

 



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